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Desde el inicio de este año 2011, este blog pasa a escribirlo mi personaje más admirado, el jardinero. No es un ser irreal, pues tiene existencia en ese mundo que se halla más allá del tiempo y del espacio, en el Alam al-Mithal de los místicos sufíes, lo que Jung hubiera llamado el inconsciente colectivo.
Quién sabe, quizás sea él un ser real, y yo un personaje de su imaginación.
Grian

3 ene 2011

Una elevada meta

Hace ya dos inviernos apareció por mi jardín un perro hambriento. Estaba delgado y demacrado, y tenía la mirada triste de los perros desamparados.
Le di de comer, aun a sabiendas de que, de ese modo, querría quedarse a vivir conmigo. Y esa posibilidad me preocupaba, porque mi amistad con perros y gatos termina rompiéndome el corazón, toda vez que su vida es aún más efímera que la nuestra.
Pero, ¿qué iba a hacer, dejarle morir de hambre, cerrarle la puerta de mi cabaña y hacer como que no le había visto?
Tal como suponía, terminamos decidiendo que íbamos a compartir nuestros días… y nuestras noches, porque el perro no tardó en buscar compañía y cobijo a los pies de mi cama en las noches frías del invierno.
Ahora duermo con los pies más calientes, pero también me cuesta más moverme en mi lecho.
Pero eso carece de importancia, cuando él me ofrece la oportunidad de hallar a diario un poco de ternura en mi corazón, y cuando me obsequia con una lealtad que posiblemente no merezco.
A Grian le escuché decir en una ocasión que su meta era llegar a ser la persona que su perro creía que era él. No sé si aquella idea se le ocurrió a él o la escuchó de alguna otra persona, pero lo cierto es que, a poco que pienso en ello, me doy cuenta de que se trata de una meta muy alta.
¿Cómo sería el mundo si cada uno llegáramos a ser como nuestro perro cree que somos?



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