Nuevo blogger

Desde el inicio de este año 2011, este blog pasa a escribirlo mi personaje más admirado, el jardinero. No es un ser irreal, pues tiene existencia en ese mundo que se halla más allá del tiempo y del espacio, en el Alam al-Mithal de los místicos sufíes, lo que Jung hubiera llamado el inconsciente colectivo.
Quién sabe, quizás sea él un ser real, y yo un personaje de su imaginación.
Grian
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16 feb 2011

Dejar de pensar

El otro día encontré a la joven de los ojos negros a la orilla del estanque, ensimismada en sus reflexiones.
     —Si piensas tanto, te vas a alejar de ti misma —le dije en voz muy baja, para no sobresaltarla.
     Ella se volvió hacia mí con un gesto de extrañeza.
     —¿Acaso se puede no pensar, jardinero? —me preguntó ella con una sombra de duda.
     —¡Claro que se puede! —exclamé mientras me sentaba a su lado, sobre una roca.
     —¿Y cómo se hace eso?
     —Para estas cosas no existe el cómo —respondí—. Seguro que, en más de una ocasión, has dejado de pensar. Lo que pasa es que no te has dado cuenta.
     La joven de los ojos negros no dijo nada. Se limitó a interrogarme con la mirada.
     —Cuando contemplas el estanque y te sumes en el silencio —continué—, o cuando observas la puesta del sol en una tarde luminosa, ¿no te ha ocurrido nunca que, de pronto, has sentido una profunda paz?
     —Sí. Me ha pasado muchas veces —respondió.
     —Pues, justo un instante antes, habías dejado de pensar —concluí.
     Una leve brisa agitó los negros mechones de su cabello sobre su cara.
     —Pero lo malo de darte cuenta de que has dejado de pensar es que, en ese mismo momento, vuelves a pensar, al decirte «¡He dejado de pensar!» —añadí con una sonrisa traviesa.
     —Y, entonces, ¿cómo se consigue no pensar y ser consciente de que no estás pensando? —preguntó ella.
     —Tampoco hay un cómo aquí. Simplemente, sucede.
     —¿Y por qué dices que si pienso tanto me voy a alejar de mí misma? —preguntó ella retomando mis primeras palabras.
     —Porque cuando dejas de pensar es cuando eres realmente TÚ —respondí.
     —¿Es que, cuando pienso, no soy yo?
     —Bueno… podríamos decir que eres tú, pero con un montón de capas encima, que no te dejan verte con claridad —le expliqué—. Es un tú más pequeñito y asustado, lleno de ideas preconcebidas sobre sí mismo, aferrado a sus recuerdos y, de ahí, prisionero del tiempo.
     —¿Quieres decir que mi verdadero yo no es prisionero del tiempo?
     —Tu verdadero TÚ, ése que queda cuando dejas de pensar, vive en el presente y, por tanto, en la eternidad —contesté—. No tiene recuerdos y, por eso, tampoco tiene una imagen de sí mismo, ni condicionantes que le digan cómo es y cómo debe de actuar o sentir. Simplemente ES, sin más capas ni añadidos, y le basta ese sencillo SER para encontrar la paz.
     —Creo que te entiendo, jardinero —dijo la muchacha mientras dejaba perder de nuevo su mirada en la superficie cristalina del estanque.
     Guardamos silencio los dos, y nos entregamos a la contemplación del universo que había ante nuestros ojos.
     Y supongo que, durante algunos instantes, los dos dejamos de pensar… y dejamos de ser dos.

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2 ene 2011

Con tu permiso, Grian

Fotografía de Frank Kovalchek

Es evidente que Grian no se ve capaz de sacar adelante este blog. Siempre anda lamentándose de que no dispone de tiempo suficiente. Ni siquiera ahora, que se ha quedado sin trabajo.
Pobre muchacho.
Digo “muchacho” porque, para mí, siempre será un muchacho. Como cuando le conocí en el jardín, hace ya… hace…
(…) ¡Qué más da!
En este mundo no existe el tiempo, de modo que no sabría decir cuántos años hace que nos conocimos.
Aquí pasan las estaciones en un ciclo sin fin, y nadie cuenta los ciclos, que simplemente se suceden sin cesar, envolviéndonos con la magia de cada instante.
Con la primavera, el jardín se llena de colores, de flores, de mariposas, de hojas nuevas de un verde luminoso. Luego viene el verano, y el arroyo le entrega al viento el hechizo de sus borboteos, invitando a todos los seres a refrescarse en sus orillas. Después, el otoño posa su mansa mano sobre nuestro corazón, deleitándonos con todos los colores del manto de la Dama Tierra. Y, finalmente, el invierno sopla en nuestras sienes como un anciano severo, pero sabio, dando reposo a nuestra alma con suaves mantos blancos, y con el silencioso crepitar del fuego en el hogar.
Hace tiempo que Grian no vive los ciclos primigenios, viendo pasar las estaciones desde detrás de la ventana de su despacho. Quizás por eso se imagina que no tiene tiempo; porque, cuando se vive en el tiempo, de lo que careces precisamente es de tiempo.
Yo le diría que viniera aquí, a mi mundo, de vez en cuando; aunque sólo fuera para que se encontrara con todo el tiempo del mundo, el de este mundo atemporal en el que en otro tiempo pasó largas temporadas. Pero a nadie se le ha dado vencer los miedos de los demás, y Grian tendrá que afrontar, solo, su miedo a encontrarse cara a cara con aquél que fue y que aún mora en su interior.
Mientras tanto, escribiré yo por él en este blog. Alguien tendrá que hablar desde el Manantial de las Miradas, desde el jardín, desde más allá del espacio y el tiempo.
Quizás así se atreva a mirarse de nuevo en la alberca del manantial. 

Libros de Grian

Grian en el Instituto Cervantes