Anoche vino un joven del pueblo a verme a la cabaña. Entre lágrimas, me contó que estaba pasando por un trance muy difícil en su vida y que, por momentos, se sentía desfallecer, y se veía ya sin fuerzas para seguir adelante.
—¿De dónde puedo extraer fuerzas ya, jardinero? —me preguntó con una mirada que me conmovió— Dime qué puedo hacer para continuar en pie y no derrumbarme ante esta adversidad.
—¿Qué le da al roble su solidez para mantenerse en pie ante el furioso vendaval o ante las acometidas embravecidas de la crecida? —le pregunté yo.
El joven dudó antes de responder.
—¿Su recio tronco, quizás? —tanteó él.
Negué con la cabeza.
—Lo que le da su solidez es lo que no puedes ver de él —le dije.
—¡Las raíces, claro! —exclamó.
—Con ellas se sujeta firmemente a la tierra —le expliqué—, y es la tierra la que le da el poder para no dejarse vencer por el viento y por las aguas.
—¿Y cuáles son mis raíces? —preguntó el joven.
—Lo que nadie puede ver de ti —contesté—. Aquello que te conecta con la tierra y te da su poder. Eso es lo que te dará las fuerzas de las que careces ahora.
Esta mañana, al salir de la cabaña, le he visto sentado en la cima de una colina cercana. Allí ha estado todo el día, contemplando el paisaje, echando raíces y conectando nuevamente con su madre, la Tierra.
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