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Desde el inicio de este año 2011, este blog pasa a escribirlo mi personaje más admirado, el jardinero. No es un ser irreal, pues tiene existencia en ese mundo que se halla más allá del tiempo y del espacio, en el Alam al-Mithal de los místicos sufíes, lo que Jung hubiera llamado el inconsciente colectivo.
Quién sabe, quizás sea él un ser real, y yo un personaje de su imaginación.
Grian

7 feb 2011

Fronteras mentales

"Intenta imaginar una visión clara entre Palestina e Israel". Pintada en el muro entre Israel y Palestina


La otra tarde bajé al mesón que se encuentra a la entrada del pueblo, en el Camino Real. La tarde había sido fría y desapacible, y pensé que me vendría bien tomar algo caliente en compañía de algún amigo, junto a la gran chimenea de la taberna.
     Cuando llegué, me encontré a mi amigo el carpintero charlando con un joven del pueblo frente a un par de vasos de vino. En realidad, más que charlar, mi amigo estaba escuchando pacientemente la arenga que el joven estaba pronunciando sobre las bondades y virtudes de nuestro país, y sobre la necesidad de defender, por cualquier medio, nuestras señas de identidad frente a cualquier influencia foránea. He oído decir que a eso le llaman “patriotismo”.
     Al poco de sentarme con ellos le dije al joven:
     —Veo que tienes en muy alta consideración a nuestro país.
     —¿Acaso usted no? —me preguntó el joven en un tono desafiante.
     —Bueno… tengo en muy alta estima la tierra y los paisajes en los que vivo, las gentes con las que convivo y la cultura en la que arraigaron mis raíces —contesté—; pero no hasta el punto de enfrentarme a otras tierras, otras gentes y otras culturas, cuya influencia podría ser beneficiosa para todos.
     El joven hizo un gesto despectivo, pero no dijo nada.
     —Si hubieras nacido en otra tierra —insistí yo—, ¿habrías sido tan patriota de nuestro país y nuestra cultura?
     —No creo —contestó un tanto inquieto, sospechando adónde quería llevarle—. No habría tenido la suerte de conocer esta tierra.
     —¿Y no crees que existe la posibilidad de que haya otros países y otras culturas que, si hubieras tenido la suerte de conocerlos, quizás te habrían parecido más maravillosos que todo cuanto conoces?
     —Sí. Es una posibilidad —admitió aún más inquieto, aunque en forma displicente.
     —Y, si eso ocurriera, ¿te harías entonces patriota de ese país? —le pregunté con un gesto compasivo, viendo crecer su ansiedad, pero decidido a llegar al fondo del asunto.
     —Jamás —respondió él orgulloso—. Nací aquí, y jamás traicionaría a mi patria.
     —Entonces, la clave de tu alta consideración por nuestro país estriba en el hecho de que tú naciste aquí, ¿no es así?
     —Sí… supongo que sí —respondió claramente airado.
     —¿Y no te parece que te estás dando demasiada importancia a ti mismo —concluí—, al considerar que este país es el mejor del mundo por el mero hecho de que tú naciste en él?
     El joven no respondió. Me miró con una mezcla de ira y de vergüenza y, tras balbucear una escueta despedida, se fue del mesón.
     —Me parece que me acabo de hacer otro enemigo —le dije a mi amigo el carpintero con una sonrisa triste.
     —Las cosas que dices no son fáciles de aceptar —respondió él con afecto.
     —Sé que no es fácil desmontar las ideas que nos han inculcado como verdades eternas —respondí—, pero no hay otro camino, si queremos convertirnos en verdaderos hombres.
     —¿Tan malo te parece el hecho de que un hombre tenga sentimientos patrióticos? —preguntó él.
     —Depende —respondí—. Si eso te lleva a rechazar o despreciar a otros países y culturas, y a sus gentes, esos sentimientos se convierten en semilla de odios y guerras.
     Mi amigo no dijo nada. Me dio la impresión de que me comprendía.
     —Y, en cualquier caso —añadí—, toda vez que establecemos una separación mental entre nosotros y el resto del mundo estamos creando una frontera invisible. Y, por invisible que sea, toda frontera termina generando fricciones… y acaba convirtiéndose en fuente de rencillas y conflictos.

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2 comentarios:

  1. Nada más llegar el Jardinero a la cabaña vi en su rostro una sonrisa de satisfacción. Me pidió que llevara un taburete al carpintero para que le arreglara una pata que andaba suelta. Cuando llegué a la carpintería encontré al artesano trabajando muy alegre. Le pregunté que era lo que pasaba, por qué el Jardinero estaba igual que él. Entonces el carpintero me lo contó todo mientras arreglaba con maestría el taburete.
    - ¿Sabes? - me dijo -. Si dentro de uno no están todas las patas bien sujetas uno corre el riesgo de caerse.
    Sonreí al oír lo que me dijo.
    - Eso es cierto. Sobre todo si las patas sólo están sujetas en la cabeza y no en el corazón - concluí mientras recogía el taburete.
    Agradecí al carpintero su trabajo y retomé el camino rumbo a la cabaña. Al tiempo que andaba pensaba en lo que había dicho el Jardinero al hombre de la taberna y la necesidad de asentar nuestros pilares, nuestras verdades en el lugar correcto.
    Cuando llegué a la cabaña el Jardinero me miró con una sonrisa de complicidad que buscaba la mía.

    El Joven de la M.S.

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  2. Estrella Camino8/2/11, 8:53

    Somos parte del universo… no hay fronteras… Ese debería ser nuestro objetivo.

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