Nuevo blogger

Desde el inicio de este año 2011, este blog pasa a escribirlo mi personaje más admirado, el jardinero. No es un ser irreal, pues tiene existencia en ese mundo que se halla más allá del tiempo y del espacio, en el Alam al-Mithal de los místicos sufíes, lo que Jung hubiera llamado el inconsciente colectivo.
Quién sabe, quizás sea él un ser real, y yo un personaje de su imaginación.
Grian

26 ene 2010

Cuando el cielo se te cae sobre la cabeza



He tenido abandonados mis blogs durante bastantes días, y es que hay días (y más días… y más días…) en que uno se levanta con el pie izquierdo y, súbitamente, todo se complica.
De pronto te ves sumergido en un sinfín de problemas —el ordenador se te rompe y te deja sin miles de archivos y decenas de programas esenciales; el talón que tenían que enviarte no te llega; el trabajo que te iba a salvar el mes no te lo envían; el banco te urge, en tanto que tus expectativas de trabajo son inciertas; recibes una queja de tu jefe que a ti se te antoja injustificada; las ocupaciones que llevas entre manos comienzan a exigir acciones urgentes, una tras otra; y, encima, aparece una gotera en la casa y se rompe la cerradura de la puerta del sótano—, y piensas que “te ha mirado un tuerto”, o que el Jefe (el de Arriba) se ha molestado contigo, o que la Vida te ha vuelto la espalda.  De pronto te sientes abrumado de preocupaciones, y no sabes por dónde empezar a buscar soluciones. Y te dan ganas de enviarlo todo al garete y hacerte eremita, o enrolarte en un buque mercante y largarte bien lejos.
Pero, de repente, escuchas una vocecilla por ahí dentro que dice, “¿De qué te quejas?”, e inmediatamente aparecen ante el ojo de tu mente todas esas imágenes de los informativos, como las del desastre de Haití en estos días, y te das cuenta de que tus problemas son nimios al lado de los problemas de todas esas gentes que sufren DE VERDAD, y que tus lamentos son como los lamentos de un niño que ha perdido un juguete insignificante; y entonces aún te sientes más miserable y ridículo que antes.
Y me obligo a recordarme aquello de “Tú no importas”, y me obligo a recordarme que importan los demás, importa la humanidad, importa la Vida, importa la Madre Tierra… Y no es que yo sea un monje renunciante ni un masoquista patológico; disfruto de todo lo que me ofrece la vida y disfruto de mis sentidos quizás más que cualquier hedonista empedernido (desarrollar la consciencia te permite “saborearlo” todo más). Lo que ocurre es que, una vez constatado por experiencia propia que “todo es Uno y tú eres eso”, te das cuenta de que esta pequeña parte de Eso que eres tú tampoco tiene demasiada importancia, cuando se compara con el resto de ese Tú global.
No, no me puedo quejar. Tengo un techo que me cobija y no paso frío, y como todos los días cuanto quiero comer, cosa que no puede decir la inmensa mayoría de la humanidad. Tengo una familia que me quiere y cuida de mí, unos hijos maravillosos y un numeroso grupo de amigos —mi tribu de Ávalon, en Valencia y en Andalucía— que ya lo querría para sí muchísima gente. Y tengo una compañera excepcionalmente hermosa y brillante, que tiene los mismos intereses que yo, con la que me puedo pasar horas conversando de estas cosas, y de la que sigo enamorado como un adolescente (algunas noches, mientras duerme, me quedo mirándola fascinado hasta que me duermo).
¿Qué más puedo pedir? ¿Acaso puedo pedir que todo, absolutamente todo, sea perfecto en mi vida?
Eso es un sinsentido, un absurdo. La vida tiene día y noche, luz y sombra, y estaciones… primavera, verano, otoño e invierno… y nadie puede esperar que su vida sea una eterna primavera en todos sus aspectos y en todo momento.  ¿Cómo disfrutaríamos tanto de la primavera, si no pasáramos por el invierno?
Y así, llega un momento en que uno piensa, «Quizás todo esto que te angustia es la puerta de salida hacia una realidad mejor. Quizás son los dolores del parto de un nuevo nacimiento en la vida”, y termino relajándome en mi tristeza, y acepto mi tristeza y me abrazo a ella, y le dejo que me acompañe sin mirarla aviesamente, sin rebelarme contra ella. (Aunque eso no me impide desesperarme con el ordenador cuando no encuentro el modo de que haga lo que el viejo ordenador hacía sin pensárselo.)
No. No me puedo quejar. Y, si me cae el cielo sobre la cabeza, me frotaré el chichón y veré qué puede haber de divertido en ese duro cielo.

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