En los últimos días, nos han llegado noticias de unas graves inundaciones que han asolado los pueblos de una comarca vecina. Dicen que ha habido muchos muertos, y que la desolación se ha adueñado de unas tierras y unas ciudades que antaño fueron fértiles y hermosas.
Hoy, tras la comida en la cabaña, me querido aprendiz —que dejó de serlo hace ya un tiempo— y yo hemos estado comentando lo sucedido delante del fuego del hogar.
—¿Por qué ocurren estas cosas, jardinero? —ha preguntado él, evidentemente conmocionado con la noticia— ¿Por qué tiene que existir el dolor… y la muerte?
No he podido evitar un profundo suspiro. ¿Por qué el dolor y la muerte en el mundo? La gran pregunta, la eterna pregunta del ser humano.
—No lo sé —le he confesado—. Sólo sé que todos nos hemos preguntado eso alguna vez; que los seres humanos venimos preguntándonos eso desde que aprendimos a pensar, y que, al parecer, nadie ha dado todavía con una respuesta comprensible.
—Tú has encontrado respuesta a muchos enigmas de la existencia contemplando la vida y el mundo natural a tu alrededor —me ha dicho desesperanzado—. ¿Quieres decir que para este gran enigma no has encontrado ninguna respuesta, jardinero?
Le he mirado en silencio, con la tristeza atenazándome el pecho. Él estaba esperando una pequeña luz de mis labios, pero yo no podía dársela.
—Los animales, ante el dolor y la muerte —me he sorprendido a mí mismo hablando de pronto—, no se preguntan por qué tiene que existir todo eso. Simplemente, no lo piensan. Viven, y sufren, el instante; y con eso les basta. No se aferran a ningún pensamiento, a ninguna pregunta sobre cuánto más durará el dolor, si morirán o no, ni por qué son así las cosas en la vida. Simplemente, están en el presente. Cuando les duele, gimen y se lamentan. Y, cuando mueren, mueren sin hacerse preguntas. Se limitan a vivir la experiencia, y nada más.
—¿Quieres decir que el pensamiento nos traiciona? —ha preguntado él.
—Bueno… —he vacilado— Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El pensamiento tiene muchísimas ventajas, pero también tiene el inconveniente de que nos aleja del presente, y nos lleva por senderos tenebrosos.
He callado por un instante, intentando encontrar yo también una luz entre las llamas del hogar.
—También el dolor y la muerte pueden tener sus ventajas —he dicho de pronto en voz muy baja.
—¿Cuáles? —ha preguntado mi aprendiz en un susurro.
Le he mirado con ternura. «¡En qué gran hombre se está convirtiendo este muchacho!», he pensado para mí.
—No me pidas que te abra mi alma con esto —he respondido, poniendo mi mano sobre su hombro—. Quizás el dolor y la muerte tienen sus secretos; unos extraños secretos que no admiten palabras ni maneras de comunicarlos.
»Y, posiblemente, sólo nos transmitan su secreto al oído, ¡sólo para nosotros! —he añadido con la sensación de que en mi corazón había hallado una pizca de verdad—. Pero, para eso, tendremos que aceptar su compañía como la aceptan los animales, para que, en la quietud y el silencio, nos revelen sabiamente sus misterios.»
Animales, Jardinero, Sufrir, Vida, Dolor, Muerte